BLAST 1: bola de grasa (grasse carcasse). Manu Larcenet.
Polza Mancini padece una de esas características físicas que, si bien
no constituyen completamente una anomalía (como tener dos cabezas, o piel de
lagarto), lo hacen autoclasificarse en la categoría de monstruo: su problema de
sobrepeso lo ha convertido en una bola de grasa de 160 kilos. Además, pero esto
no es un defecto físico sino, al parecer una de las características gráficas de
los personajes que salen de la pluma de su creador, tiene una nariz que asemeja
el pico de un ave, de modo que tiene cierto aire pingüinesco que sus otras
singularidades logran hacer olvidar. Y esta es su historia.
Se trata de un relato de género negro, en la medida en que nos
encontramos con el misterioso hombre obeso capturado por la policía, y a punto
de ser interrogado, con el fin de que confiese en detalle el crimen que ha
perpetrado sobre la humanidad de Carole (y a lo largo de toda esta primera
entrega, no nos enteraremos ni de quién es ella, ni de cual fue exactamente el
crimen, pero sí de que es mantenida con vida por medios artificiales). Su
testimonio, detallado aunque divagador, y alternado con las interrupciones y
comentarios de los dos policías que lo escuchan, constituye el cuerpo del
relato, convirtiéndolo en una de las modalidades reconocibles del género citado.
Sin embargo, como ya advertí, al menos en este episodio el crimen no
es lo más importante, sino la manera en que nos vamos adentrando en el mundo de
este personaje singular: Su nombre, como él mismo lo explica al comienzo, es ya
un juego curioso: su padre, eje de la primera parte del relato, era un
comunista italiano radical, y lo llamó Polza como acrónimo de POmni Leninskie
ZAvety (en ruso, “recuerda los preceptos de Lenin). Por otro lado, se nos dice
desde un principio que es un escritor, pero más adelante nos enteramos de que
sus obras son sobre el arte de la comida. Es, efectivamente, un obeso Gourmet,
su condición se deriva de su principal fuente de placer, no necesariamente de
una condición genética. Pero es, efectivamente, un escritor. Al menos su voz es
la de uno: el relato es sostenido, coherente, lírico por momentos, evocador,
plagado de reflexiones y descubrimientos subjetivos. Una voz que nos habla de
la relación con el padre, un hombre que se encargó de él y de su hermano desde
el momento en que su madre los abandonó. Un hombre silencioso, delgado, con la
piel pegada a los huesos, recio y silencioso, pero que nunca faltó. Y de su
hermano, que murió siendo todavía joven en un accidente automovilístico. De su
esposa, la primera mujer que quiso acostarse con él y compartir su vida. De la
muerte del padre, dura, irrevocable, arquetípica. Y sobre todo, nos habla del
BLAST, que cambió su vida, haciéndolo huir, dejar a su mujer, su trabajo, su
vida social y buscar la soledad de los bosques para convertirse en vagabundo.
Pero entonces, ¿qué es el BLAST? Mientras escapa del hospital, incapaz
de enfrentar el desvanecimiento lento de su progenitor, Polza consume una
sobredosis de licor, chocolatinas y píldoras, que detonan en él una especie de
epifanía: después de la vorágine de miedo, angustia, dolor, inconsistencia,
adviene un momento de calma, de gravitación, en el que todo parece suspendido.
Ese es el BLAST, término intraducible de la lengua inglesa que describe el
momento de repliegue del aire y la materia tras una explosión fuerte. Una especie
de suspensión espacio-temporal que sólo dura unos instantes, pero que en la
versión de Polza se convierte en una revelación.
De aquí en adelante, la historieta se vuelve un relato de viaje, de
alejamiento, de abandono de la ciudad y adentramiento en el bosque, en la
naturaleza. En el silencio (aparente), en lo indiferenciado. Allí, nuestro
personaje explorará los alumbramientos que tuvo en su momento de éxtasis, y
buscará otros nuevos. Allí, también, Polza conoce a la República de los
Comedores de Miseria, un grupo de vagabundos que también han abandonado la
sociedad para crear su propio mundo en medio de los bosques. Y sobre todo,
Polza conocerá a Bojan, un poeta serbio que habla en una lengua incomprensible
(la de su país), pero que crea un lazo inmediato con nuestro protagonista,
aunque éste abandona la comunidad y sigue su camino solitario en la naturaleza
salvaje.
Y la historieta (o al menos este episodio) no termina sin que este
obeso singular tenga otra epifanía, otro Blast: nuevamente en compañía del
alcohol, su otro vicio, o como él prefiere llamarlo, su manera de estimular el
intelecto y expandir la consciencia, pero también de su nuevo amigo Bojan, que
lo ha buscado en la oscuridad del bosque y ha compartido con él un momento
mágico: el instante en el que una lechuza arremete en picado para capturar un
roedor en medio de las sombras. La lechuza se convierte así en un símbolo, que
Polza proyecta aun cuando está en la sala del interrogatorio. De hecho, las aves, las criaturas del cielo,
pueblan las evasiones de este hombre pesado, que sin embargo asegura que puede
volar. Su padre es representado como un pájaro enjuto, con un pico más largo
que la misma nariz de nuestro escritor. Y es precisamente su nariz la que lo
conduce a este segundo Blast: una hemorragia nasal que no se detiene lo hace
perder la consciencia y entrar en ese estado que le da nombre a una obra enigmática
y plagada de simbolismos. Pues en medio de sus evasiones, Polza ve aparecer
ante sus ojos las inmensas cabezas Rapa Nui de la isla de Pascua, y siente que
él mismo las ha tallado (o podría hacerlo) sobre la piedra inquebrantable.
Y esta historia, cuyo parcial desenlace nos muestra a Polza huyendo
del hospital psiquiátrico donde lo han recluido después de que lo encuentran
tirado en la calle, nos deja en vilo con respecto al crimen de su protagonista,
y al destino de Bojan, que parece haber abandonado a su nuevo compañero de
errancia. Una historia que ha dibujado de manera magnífica Manu Larcenet.
Pues aunque el relato es conducido por una voz muy cercana a la del
narrador literario, Blast es una narración gráfica que aprovecha todos los
niveles y dimensiones de este medio: las palabras son fundamentales, pero
también desaparecen cuando deben hacerlo: hay páginas enteras de viñetas sin texto,
que ilustran con detalle las exploraciones del bosque, la noche, los
territorios perdidos. Para las escenas en la ciudad, el dibujante asume un
dibujo rápido, esquemático, de líneas rápidas que apenas esbozan los contornos
de los edificios, enriqueciéndolos con sus tintes aguados en gamas de grises.
Para el campo y el bosque, en cambio, el grafismo se hace completamente
plástico, casi pictórico: texturas de trazos, a veces con plumilla, a veces con
pinceladas blancas sobre un trasfondo negro, y siempre con esas acuarelas
profundas que le dan la tonalidad de oscuros degradados a toda la historieta.
Para el BLAST, el artista propone un recurso no del todo sorprendente,
pero sí muy eficaz: si la casi totalidad de la historieta está pintada en
blanco y negro, el estado epifánico aparece en color. Sin embargo, las
ilustraciones cromáticas son dibujadas por niños (Lille y Lenni, cuyo crédito
aparece al final), invocando esa idea tan literaria de que toda revelación
procede del recuerdo encantado de la infancia, ese estado impoluto al que
siempre quisiéramos volver.
Así, a diferencia de muchos “comics pintados” (o cómics pictóricos, o
plásticos, o como se quiera llamarlos), BLAST es claramente legible, coherente,
moderado. Las explosiones técnicas no obstaculizan la legibilidad del relato,
sino que la propician. Esquemático y apresurado cuando debe serlo, detallado o
expresivo cuando el tono narrativo lo exige, Larcenet se permite en esta novela
gráfica aprovechar su destreza técnica poniéndola al servicio de una historia centrada en el desarrollo de personaje, donde la anomalía se vuelve familiar, incluso casi grata, y el
deseo de escapar, de perderse en el bosque, contagioso.
Según se dice, Blast está pensado para cuatro tomos, de los cuales se
han publicado tres en Francia (por Dargaud), más o menos con un año de
intervalo entre uno y otro. En español, Norma Editorial ha traducido y
publicado los dos primeros. La serie ha conocido un éxito masivo, curioso para
una obra tan singular. Pero es que la verdad, tiene la virtud de todo bestseller:
no se puede soltar hasta la última página.
Si esto es sólo el primer tomo... ¿cómo serán los otros tres? la obra (este volumen) es magistral desde la portada... Al momento de escribir estas líneas, me apresto a leer el segundo volumen... Estos tomos valen la pena tenerlos en físico :D Hacía mucho no leía algo así...
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