La habitación de Lautremont - Edith y Corcal (2013)
Esta es una de esas novelas gráficas que mezclan la historia de la
literatura gráfica con la historia de la literatura en general, mostrando que
en realidad la distinción es más bien ilusoria. Se ubica en un momento muy particular
de esa historia, el Paris del siglo XIX, habitado por poetas malditos,
anarquistas y bohemios, entre los que figuraban los grandes nombres del arte y
la literatura de la época.
Edith y Corcal, los autores de este cómic, utilizan una estrategia
meta-narrativa interesante: tratan de hacernos creer (o nos proponen un juego
para que supongamos creer) que este relato gráfico no es de su autoría, sino
que es una creación del pasado, que ellos simplemente encontraron y ponen a
disposición del público. La estrategia
es minuciosa y compleja, y empieza con el protagonista de la obra:
Auguste Bretagne es un escritor de folletines fantásticos que vive en
la que fuera la habitación del Conde de Lautremont, donde el por entonces
desconocido poeta Isidore Lucien Ducasse, falleció a la edad de 24 años.
Bretagne es un excéntrico, se rodea de toda suerte de objetos extraños y
permanece casi todo el tiempo encerrado escribiendo sus novelas llenas de
espectros y decapitados, que hacen que sus amigos se burlen de él enviándole
cabezas de animales muertos, e incluso una réplica perfecta de una cabeza
humana, que llega a engañarlo por algún tiempo.
Además, está obsesionado por el
antiguo habitante de su habitación, y de la obra que dejó en uno de sus baúles:
los Cantos de Maldoror, la gran obra de Ducasse, que no fue reconocida sino
muchos años más tarde, como una de las obras fundadoras de la literatura
moderna, rescatada por los surrealistas en el siglo XX, quienes la exaltaron
como una muestra anticipada de sus ideas. Ahora bien: Auguste Bretagne se
presenta, en un epílogo de la novela gráfica firmado por Bernard Maisonnet,
“Maestro de conferencias en la Universidad de Gencienne-Grétigny”, como un
escritor real, y el auténtico autor de la historieta.
Y esto nos lleva al segundo hilo de la estrategia: según la historia
que nos cuenta el propio Bretagne, este cómic es el fruto de su colaboración
con un joven ilustrador, Eugène de T.S., a quien conoció en las tertulias del
grupo de los “zutistas”, a los que pertenecían Verlaine y Rimbaud, entre otros
célebres poetas. La propuesta de Eugène es alabada por los malditos, como una
de las más brillantes posibilidades de la literatura futura: la “figuración
poético-narrativa”, una versión de la moderna narración gráfica que haría
retroceder el punto de partida de la historia del cómic a la Francia de 1874.
Las planchas que presenta Eugène ante los zutistas apenas muestran una historia
contada enteramente con onomatopeyas, pero esto es suficiente para impresionar
a Bretagne, quien le propone un trabajo en colaboración, cuyo resultado será el
cómic que aquí comentamos. Sin embargo, Bernard Maisonnet (quien parece ser
otra invención de los autores, para reforzar su juego meta-narrativo), propone
que en realidad la novela es una creación más tardía de Bretagne, de 1921, y
que le sirvió para reimaginar con una extraña nostalgia las sombras de su
pasado.
Pero este cómic además propone también otra serie de juegos con la
historia de la literatura: la posibilidad de que Rimbaud hubiera conocido a
Lautremont, y entre los dos hubiesen escrito un séptimo canto de Maldoror: la
idea de que fue el poeta de origen uruguayo (Ducasse) el que le presentó el
peyote a Rimbaud, y de que fue bajo el influjo de la planta sagrada amerindia
que los malditos gestaron sus infiernos y cielos de palabras…
Y nos habla también de un encuentro muy posterior de Bretagne con
André Breton (los nombres son curiosamente parecidos: Auguste Bretagne y André
Breton) y con el grupo surrealista (incluso muestra una fotografía). Y en otro de sus juegos con la historia, este
cómic nos propone la idea de que Charles Cros, poeta e ingeniero de la época,
efectivamente construyó su invento, el “paléophone”, una anticipación del
fonógrafo de Edison que en realidad el francés nunca llegó a construir, pero
que en esta historia permitió que la voz de Lautremont quedara registrada en
cilindros de cera, reproduciéndose como una voz de ultratumba desde el interior
del piano con el que el Conde atormentaba a sus vecinos…
A través de todos estos artificios, y de una cuidada ambientación
histórica, La habitación de Lautremont logra que el lector efectivamente ponga
en duda las cronologías y los personajes, y se arroje a la tarea de comprobar
fechas y nombres, para descubrir otros niveles de este ingenioso camelo
narrativo.
A mi juicio, sólo hay un elemento debilita esta propuesta, pero no por
falta de calidad o estilo, en la forma gráfica del cómic. Edith nos propone un
dibujo de línea fuerte, que evoca de cierta manera el expresionismo pictórico, y
un color suave, que equilibra y genera un contraste interesante con las líneas
expresivas. Sin embargo, la coloración digital es evidente, incluso la línea es
atenuada en algunas partes para generar efectos de profundidad o de luz, y hay
un uso permanente de texturas que tratan de emular el papel, o los tapizados…
Repito: no es que estos recursos digitales estén mal utilizados, la
gráfica en general es muy efectiva. Es simplemente que, a mi juicio, el juego
meta-narrativo se ha podido llevar al nivel visual de una manera más
interesante, por ejemplo haciendo que el cómic efectivamente luciera como una
publicación del siglo XIX. Y no a la
manera del papel deteriorado y roto de las páginas 98 a 101, sino en el estilo
mismo del dibujo, en la emulación de los sistemas de coloración de la época,
etc. Por supuesto, esto no es más que uno de esos molestos incisos de
comentarista, del tipo “yo en su lugar habría hecho…”. Sin embargo, creo que en
este caso el objeto meta-narrativo sería aún más interesante. Por supuesto, la
opción de los autores parece ser por que el lector sea consciente del juego, de
modo que no es un engaño, sino una complicidad.
En todo caso, La habitación de
Lautremont es una novela gráfica de gran interés para los amantes de la
poesía francesa, de la historia de la bohemia parisina, de la meta-ficción, e
incluso de los relatos de horror preternatural, pues la mentada habitación
termina convertida en un mítico “portal al infierno”, en la imaginación
folletinesca de Bretagne.
En la edición española esta obra fue traducida como El Cuarto de
Lautremont. En el siguiente Link, de la editorial Sins Entido, hay unas páginas
de muestra:
Y en este otro enlace, se encuentra otra estrategia metanarrativa,
esta vez como gancho comercial para la difusión de la publicación en España: la
pre-publicación del prefacio como noticia real en la página de la editorial.
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