Un océano de amor. Wilfrid Lupano (guión) – Grégory Panaccione (dibujo)
Dentro de las definiciones que se hacen del cómic, unas privilegiando lo específico de este medio, otras sus interrelaciones con otras formas expresivas, la confluencia de la imagen y la palabra para narrar en secuencias suele ser la más común. Por supuesto, no faltan las aclaraciones relativas a la existencia de cómics sin palabras, o lo que es menos común, de cómics sin imágenes (véase por ejemplo todo el ámbito de los “poemcomics”). Sin embargo, cada vez que me encuentro con un cómic “silente”, esto es, construido exclusivamente con el lenguaje gráfico del dibujo, la gestualidad y el paisaje, no puedo dejar de pensar que estoy ante la narración gráfica pura. Por supuesto, esto no es más que un capricho, pues el lenguaje verbal es tan constitutivo del cómic como las formas visuales, pero aun así, no puedo dejar de encontrar admirable la capacidad para prescindir de él y dejar que sean los paisajes, las situaciones, los cuerpos y sus gestualidades los que nos sumerjan en la historia. Y esto es más admirable cuando se logra en una narración extensa, pues en la tira cómica es una característica más común.
Un pescador y su esposa se levantan a cumplir su rutina diaria. Ella,
ama de casa, le prepara su desayuno y su lonchera, y él se apresta a salir de
madrugada hacia su bote. Aparece así el leitmotiv del relato: la mujer le
alista una lata de sardinas como almuerzo, y él se molesta pues, como nos lo
hace ver el dibujo aquí y en otros momentos de la historia, detesta las
sardinas enlatadas. En todo caso, sale hacia su trabajo, despierta a su socio o
subalterno, que duerme en el puerto, y se embarcan sin saber lo que les
aguarda: la aparición de un inmenso buque pesquero en su camino será el punto de partida de
una odisea en la que veremos al pequeño pescador perderse en el mar, enfrentar
guardacostas corruptos y piratas, enfrentarse al hambre y a la furia del océano
y otras aventuras propias del mejor género de la navegación. En principio
parece efectivamente una nueva versión de la Odisea, con este minúsculo
marinero, ya entrado en años, y su esposa que lo aguarda en la costa,
angustiada al enterarse que su marido se ha perdido en el mar. Sin embargo, la
historia de esta abnegada esposa es aún más vertiginosa, pues en lugar de
quedarse a esperar como una Penélope resignada, la mujer emprende la búsqueda
de su marido, embarcándose también en la dirección que el socio, rescatado
después de que su amigo lo enviara a la seguridad del puerto en un bote salvavidas,
le indica de su paradero.
Así que la mujer, una señora gorda y vestida con cofia y delantal como
una empleada doméstica, toma las riendas de la historia y vive aventuras que la
llevan hasta la cuba de Fidel Castro, la convierten en una celebridad mediática
y la hacen atravesar el océano, ese océano de amor del que nos habla el título
y que hace referencia al hecho de que estos dos esposos viven periplos cruzados
que no llegan a encontrarse sino al final, pero que parecen estar conectados
todo el tiempo, aun cuando el azar se empeña en mantenerlos separados. Así que es una historia contada en dos líneas
narrativas alternadas magistralmente, cada una con sus motivos, sus símbolos y
recurrencias. En la historia de ella, son sus habilidades domésticas –cocina y
bordado, particularmente- pero también su actitud autónoma y propositiva, las
que la sacan adelante en cada situación. El pequeño y anciano marinero, por su
parte, también es un ser activo, que se enfrenta a los obstáculos con decisión,
a pesar de su talla minúscula y su edad avanzada. Ambos son héroes de sus
propias historias, y ambos se vuelven a encontrar con la naturalidad de una
pareja que lleva años conviviendo.
En la historia de ella, sin juicios ni moralismos, hay una sutil
crítica a los medios, al poder y sus manifestaciones. En la de él, con un
carácter un poco más evidente, hay todo un tema ecológico que se materializa en
el retrato de un mar contaminado por el ser humano, la pesca masiva mostrada
como una carnicería inevitable y el petróleo y otros residuos que amenazan y
diezman la fauna marina. Pero todo esto aparece de manera muy natural, sin
grandilocuencias o consignas, en el silencio de este cómic sencillo y
elocuente, que nos muestra la amistad entre el marinero y una gaviota a la que
rescata de este caos ecológico, pero que a su vez lo ayuda en varias ocasiones
a continuar sobreviviendo.
El dibujo de Panaccione es caricaturesco y expresivo, trazos dinámicos
y modulados, casi como bocetos, pero que se vuelven contundentes con el
entintado y el color, que les da volumen y profundidad. El artista se esmera
sobre todo con los paisajes marinos, los buques y cruceros, el oleaje y los
cielos, pero también con texturas que se vuelven más expresivas para resaltar
ciertos momentos, como la bandada de gaviotas que se ciernen sobre el
protagonista cuando este se ve inmerso en una lluvia de cabezas de pez
arrojadas al mar por el barco de pesca industrial, o cuando retrata el gran basurero
marino que nuestro personaje atraviesa con rabia y tristeza. Así, en medio de
páginas de múltiples viñetas (cada página tiene, por lo general, tres tiras de
recuadros, alternando el esquema de una, dos o tres viñetas por tira) con
vistas panorámicas de doble página que resaltan paisajes, lugares o embarcaciones
monumentales. Las viñetas pequeñas están plagadas de gestos, expresiones,
rostros y cuerpos de una elocuencia superior a cualquier globo de texto.
Ya había mencionado la presencia de los “diálogos silenciosos”: y es
que Lupano y Panaccione logran casi que escuchemos esos intercambios, cuyo
contenido lingüístico no es necesario, pues lo importante es que entendamos la situación comunicativa. Así, sabemos que
el marinero y su socio-empleado están departiendo en el mar como dos viejos
amigos, riendo e intercambiando anécdotas, que la mujer está comprando un boleto
para acceder a un crucero, con grandes esfuerzos pues no tiene mucho dinero,
pero que la empleada se muestra inmisericorde y no le rebaja ni un céntimo…
Todo ello y mucho más, sin recurrir a una sola palabra escrita.
El comic tiene, en general, una coloración de
baja saturación y brillo, incluso en las escenas más “soleadas”. Esto le da un
tono nostálgico y expresivo, que logra darle un aspecto rústico de
entintados y acuarelas tradicionales, aun a través de técnicas digitales. Para terminar, no
puedo dejar de decir que, a través de estos recursos visuales, Un océan d’amour es una muestra
impecable de pura narración gráfica.
* * *
El blog de Lupano, el guionista:
Y el de Panaccione, ilustrador:
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