We are all quitters









El Derrotista.
Harvey Pekar.
Planeta DeAGOSTINI, 2005.



Después de más de un año de no actualizar este blog he decidido volver a publicar para reseñar un cómic de Harvey Pekar, pues desde que me enteré de su muerte el pasado 12 de julio he estado queriendo rendirle un homenaje y de paso reactivar este espacio que, de otro modo, corre el peligro de evidenciar que yo también soy un derrotista (aunque la palabra en inglés es más precisa: un quitter, alguien que renuncia, que abandona la tarea).

Así se llama esta obra, una de las últimas de Harvey Pekar, y un episodio más de esa autobiografía continua que fueron todos sus cómics, sinceros y auto-demoledores. Los dibujos, de estilo semicaricaturesco, estuvieron a cargo de Dean Haspiel, y en las tramas de gris participó Lee Loughridge. En esta ocasión, Pekar hace un recorrido por toda su vida, dedicando especial atención a su infancia y adolescencia, al mejor estilo de las novelas de formación, e incluso narra los orígenes polacos de sus padres, inmigrantes judíos que se instalaron en la ciudad de Cleveland, en el barrio MT. Pleasant. Allí el pequeño Harvey crece imitando a su primo Mort, con cuya familia compartían la casa, convirtiéndose poco a poco en un Bully (ahora que el término está prácticamente incorporado al castellano, para dar nombre a esa nefasta moda importada de Norteamérica, el acoso escolar).


Las transformaciones sociales de su barrio lo obligan a volverse pendenciero, y su carácter se va moldeando entre peleas, enfrentamientos y aprendizajes, que continúan y se transforman en un nuevo escenario, el barrio judío de Shaker Heights, a donde su familia se muda ante la invasión negra de su anterior vecindario. La formación en la tradición judía se alterna con las inclinaciones políticas de izquierda, y el radicalismo se va perfilando como un rasgo de personalidad en el joven Harvey, aunque paradójicamente también es el gran parte la causa de que termine renunciando a muchas de las empresas que acomete.


La adolescencia de Pekar nos revela a un personaje muy distinto del hombre adulto, frustrado y cínico que nos mostró la cinta American Splendor: el joven Harvey tendía a convertirse en uno de esos gringos malosos, deportistas y pendencieros de las comedias hollywoodenses, los que se aplastan latas de cerveza en la frente y o le aúllan a la luna en las películas de terror. Por otro lado, sin embargo, los impulsos coleccionistas y las aficiones obsesivas compulsivas ya anuncian al Pekar de la madurez, así como sus conflictos internos, políticos y religiosos, que lo hacen cuestionar las creencias de sus padres, y en especial de su madre, una figura dominante de sus años tempranos.



A lo largo de la historieta, Pekar va completando el catálogo de sus frustraciones, de sus abandonos, de una manera tan demoledora y precisa que abruma. Sólo el creador de American Splendor podía tener la agudeza para mostrarle al lector un cuadro casi clínico de un quitter, un individuo que renuncia a las labores que mejor desempeña, aquellos dominios en los que sabe que puede ser el mejor aunque le exija algún esfuerzo, y precisamente por eso encuentra la manera de auto-sabotearse una y otra vez. Así, lo vemos abandonar el fútbol americano, el cual le podía garantizar acceso a la educación superior, porque cree que el entrenador no reconoce sus esfuerzos. También lo vemos dejar sus clases de álgebra al obtener una nota baja, a pesar de que llegó a ser un buen estudiante y a tener resultados notables. Y en el trabajo ocurría algo similar: terminaba inclinándose por las labores más rutinarias y menos exigentes, y de hecho un trabajo burocrático como archivador fue el que le dio de comer la mayor parte de su vida. Y el ejército, la universidad, sus relaciones amorosas… Incluso sus relaciones familiares se deterioran al punto de que un día casi se mata con su padre, en uno de los clímax de esta historieta plagada de momentos dolorosos.


Pero no todo es derrota, aunque el título nos haga pensar lo contrario. Esta novela gráfica también nos cuenta cómo Pekar descubrió y se sumergió en sus grandes pasiones: la música y la historieta, que en su madurez desplazaron al bulling y los deportes. En este ámbito es donde el autor encuentra su camino, su vocación y su reconocimiento. Primero, convirtiéndose en un crítico de jazz de renombre, y luego, en el autor de cómics que el cine ha inmortalizado. Pero su mayor triunfo, como también nos narra la película de Shari Springer Berman y Robert Pulcini, es la consolidación de una familia, la que forma con Joyce Brabner y su hija. Sin embargo, El Derrotista no tiene del todo un final feliz. La frase que su madre le repetía desde niño parece seguir rondando la cabeza de Pekar incluso en sus momentos de triunfo: “Prepárate para lo peor y, si ocurre, no tendrás sorpresas”. Así que el autor cierra el cómic con una pregunta, la gran pregunta que constituyó toda su existencia, la pregunta que nos ronda a todos ante los retos de la vida: “Siempre he soñado con ser capaz de relajarme y estar tranquilo durante largos periodos de tiempo. Tengo 65 años. ¿Lo conseguiré algún día?”.


Al parecer su esposa Joyce lo encontró muerto en su casa de Cleveland, y se desconocen las causas de su muerte. Tristemente es difícil pensar que, antes del momento definitivo, Pekar haya encontrado la serenidad que tanto anhelaba. Creo que como Pekar todos somos conscientes (minuciosamente conscientes, aunque sea en la soledad de nuestros momentos más introspectivos) de nuestras sombras y miserias, pero muy pocos tienen el valor de revelarlos, de sacarlos a la luz, para que todos nos demos cuenta de que el miedo, la angustia y la incertidumbre son los mismos, de que eso que creemos nos hace tan singularmente patéticos no es más que un rasgo de la condición humana. Y es por eso que debemos elevar nuestro más profundo agradecimiento, al Gran Derrotista Harvey Pekar.

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