À bientôt, Moebius

Jean Giraud, Moebius

Hay una cinta cuyo haz se transforma en su envés, y que no tiene ni principio ni fin, pues imita al infinito o a eso que alguien llamó el eterno retorno. Hay un universo que tiene esa forma, y sus entradas y salidas, sus comienzos y sus albores, sus medios y extremos se confunden. En realidad, es un lugar donde estas oposiciones no tienen ningún sentido. Allí todo es punto, línea, trama y vacío. Se trata de un universo silencioso en el que a veces irrumpe la algarabía de los trazos y el color, y a veces un ave, que puede ser un pterodáctilo, o un grifo o un dragón, o una nave espacial o una harpía o una curva de luz, atraviesa sus cielos como el último ser capaz de ser en el cielo. Hay allí ciudades y desiertos, y burbujas flotantes y criaturas subterráneas. Hay mujeres hermosas que caminan desnudas, tan desnudas y plácidas y encantadoras que sólo pueden ser besadas con los ojos, y sólo las pestañas de lectores noctámbulos las acarician. Y allí, en la estancia de la torre más alta de un castillo de arena cristalizada eones atrás, un hombre sentado ante una mesa de dibujo garabatea callado, abstraído en el papel como el demiurgo que es, sosteniendo con su tinta un universo entero que se expande y no termina, como no puede terminar jamás su vida, pues ella misma se sostiene en ese acto del trazo que dibuja una cinta cuyo haz se transforma en su envés, y que no tiene ni principio ni fin, pues imita al infinito... 

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